martes, 9 de octubre de 2007

Elecciones, encuestadores y la bola de cristal

En un artículo, publicado en esta misma pagina web, de Alberto Dugo Duvini, se sostenía que existen visionarios y analistas, que pronostican ciertos acontecimientos y después la realidad de los sucesos los contradice.

Dentro de esta categoría también incluyó a los encuestadores, y es por ello que me siento obligado a refutar su posición y, en lo posible, aclarar la situación.

Discurramos…

Profetas hubo siempre. Desde los albores de la humanidad, el hombre estuvo tentado por dominar los avatares del porvenir. Chamanes, pitonisas, sacerdotes, todos se arrogaban el don de conocer el futuro, de ver el mañana, lo que vendrá.

Estos adivinos, envueltos en extraños rituales, lanzaban a la comunidad su visión y cuando se les exigía precisión muchas veces fallaban.

En una sociedad recién establecida, hablando en tiempos históricos, predecir el momento del regreso de las lluvias era crucial para la vida de la comunidad cuya principal fuente de alimentación estaba basada en la agricultura.

Es entonces donde el oficio del chamán se volvía peligroso. Los castigos por no predecir correctamente el futuro eran implacables.

Acuciado por la supervivencia el oficio se fue perfeccionando.

El mago apelaba a todos sus recursos para poder predecir el momento clave de las lluvias. Quizás se retiraba a una montaña para estar más cerca de los dioses rogando que le envíen las señales indicadas, que no son otras que las señales de la naturaleza. Cuando ya percibía que se acercaban las indispensables aguas, regresaba y hacía el anuncio.

En términos modernos, el chamán sería un experto metereólogo empírico, que tenía un conocimiento real sobre el proceso de formación de las lluvias, que el resto de los mortales ignoraba.

La formación de los magos de cada sociedad era un proceso mantenido en el más absoluto de los secretos, en que solamente determinados individuos podían compartir ciertos saberes trasmitidos de generación en generación.

Hasta que la revolución tecnológica, que significó la creación de la escritura, comenzó a derrumbar estas logias de poder que se creaban en torno al manejo del conocimiento.

Golpe final dado por la invención de la imprenta de tipos móviles en Europa, Johannes Gutenberg (1398 – 1468), el desarrollo de las escuelas técnicas de los gremios y de la enseñanza universitaria.

Ese es el largo y tumultuoso camino que recorre el conocimiento científico, definido como:

“…un saber crítico (fundamentado), metódico, verificable, sistemático, unificado, ordenado, universal, objetivo, comunicable (por medio del lenguaje científico), racional, provisorio y que explica y predice hechos por medio de leyes.” (1)

El conocimiento ordinario o común, es el que percibimos a través de los sentidos y es lo que nos apropiamos sin buscar las causas.
Refleja la realidad de un modo disperso y puede calificarse como espontáneo, disperso y convencional.

Cualquiera, desde su conocimiento común, puede predecir lo que le parezca, lo que le venga en gana o lo que le convenga (sobre esto volveremos más adelante).

Las predicciones basadas en el conocimiento científico tienen sus reglas prefijadas, y todavía se busca una construcción de un modelo que se pueda aplicar, a nivel predictivo, en las ciencias sociales.

Estamos lejos de la creación del genial Isaac Asimov, que en la tetralogía de las fundaciones, hace referencia a una ciencia nueva: la Psicohistoria, cuyos fundamentos predicen con exactitud los acontecimientos a ocurrir.

En esto voy a ser contundente: no existe actualmente en las ciencias sociales ningún modelo que permita, con certeza, hacer predicciones.

Uno de los elementos que no permite la predictibilidad es muy simple, obvio y no por eso menos importante, el paso del tiempo. Esto es: la imposibilidad en las ciencias sociales de repetir el experimento, porque la sociedad cambia milisegundo a milisegundo, y las condiciones utilizadas para las mediciones originales no se pueden volver a reproducir en su totalidad.

Por eso se habla de tendencias y probabilidades.

La encuesta es un mecanismo que nos permite medir la opinión pública, en un momento y lugar determinados. Cuando medimos a toda la población, lo denominamos censo, y esto nos da un panorama de lo que pasó u ocurre en un momento determinado.

Por razones de costos, de operatibilidad y de tiempo, el instrumento más usado y más eficiente en lo que se refiere a encuestas políticas, es la encuesta muestral probabilística.

Esto también mide la opinión pública en un momento y lugar determinados, lo que se dice, captura una fotografía de la sociedad, y su utilización formal da buenos resultados. Pero esto no habilita a la predicción.

Repito: por eso se habla de tendencias y probabilidades.

Se dice entonces que: si medimos a un candidato por varios meses, y a un mes de las elecciones tiene determinada intención de voto, es probable, si las condiciones se mantienen estables, de que se logre una cantidad de votos igual, mayor o menor a la medida, esto de acuerdo a la tendencia registrada a través de las distintas mediciones realizadas a lo largo de un periodo de tiempo acotado.

Si el candidato viene en alza, la tendencia marcará que aumentará su caudal de votos, si las mediciones lo muestran en baja, la tendencia dirá que bajarán el día de la votación, y, si esta estacionado, se diría que se mantendrían esos votos el día de la votación.

En la campaña política, por conveniencia, muchos candidatos publicitan diversos resultados positivos de encuestas, con la intención de predisponer al electorado, con el supuesto de que todos queremos apoyar al bando ganador.

También existen empresas encuestadoras que prestan (o alquilan) su nombre para difundir datos que no son más que mera expresión de deseos, que nada tienen que ver con el método científico.

Bueno, espero hayan comprendido mi punto de vista, y hay algo que sí debo rescatar de la nota de Alberto Dugo Duvini, y es que me dió pié para desarrollar este artículo.

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